¿Cómo fue?... o ¿cómo se sintió? Francamente no sé si fue realidad o sólo un excitante sueño. Cuando tenía 5 años tuve mi primer encuentro con él, mi hermana estaba en su recámara con su novio, la puerta entreabierta, dejaba ver un juego de luces que llamo mi atención…
Apenas tenía espacio para asomar un ojo, recorrí la recámara a media luz, iluminada únicamente por el resplandor proveniente del televisor, mi hermana sobre la cama y su novio encima, sus manos temblorosas y torpes buscaban insistentemente algo debajo de su falda, como quien busca la última moneda para completar la tarifa del pasaje en el fondo de una mochila; seguí recorriendo…
En la esquina, apenas se distinguían un par de ojos verdes… me sorprendió verlo ahí, siendo cómplice de la escena, siendo testigo de la búsqueda bajo la falda de mi hermana, incluso casi veía en sus ojos un dejo de picardía… ahí estaba Rodrigo, casi inmóvil, agitando delicadamente su cola… seguí recorriendo…
Y ahí estaba… esa mirada de Bega Lugosi interpretando a Drácula en esa versión de Tod Browning, me quedé petrificada, mi respiración estaba agitada, quería salir corriendo de ahí para meterme bajo las sábanas de mi cama, pero al mismo tiempo algo me lo impedía, no podía dejar de mirar esos ojos, quise mirar más y al hacerlo la puerta chilló, Rodrigo maulló reconociéndome y delatándome por completo, mi hermana brincó y en un alto plenamente circense su novio voló casi al otro lado de la recámara y a gatas repetía, creo que ya encontré mi lente de contacto… Yo salí corriendo sin antes darle un último vistazo a esos ojos…
Desde entonces mi obsesión por los vampiros duró 10 años, leía, veía, comía y respiraba vampiros, me creía uno de ellos… todo hasta que un día llegando de mi tradicional recorrido al tianguis del chopo de todos los sábados, para encontrar nuevas prendas de vestir, películas y demás artefactos temáticos, Daniel me dijo que le daba “hueva”, que estaba harto de andar manchado de lápiz labial rojo y que me dejaba por el clon viviente de Anahí en su versión más anoréxica y falsa.
Atrás quedaron mi delineador negro, mi gabardina de terciopelo negro y morado, mis botas y mi labial rojo… no, ese lo conservé en una cajita negra que guardaba bajo mi cama junto con la foto de Daniel, un diente, boletos del cine, del metro y una cajita de condones vacía… soy demasiado melancólica lo sé. Y así dejé todo, pasé a vestir jeans entallados, plataformas y blusas llenas de “glitter” que se caía al menor movimiento, después a los jeans y sudaderas y finalmente al eterno traje sastre negro que me hacían usar desde hace 2 años por uniforme.
Pasaron 20 años desde ese encuentro por vez primera con uno de ellos… hasta el último, el más reciente y del cual sigo dudando su autenticidad.
Salía del trabajo, era casi la 1:00, me había quedado checando los últimos pendientes en mi cubículo y sin querer dos horas se me pasaron volando. Apagué la computadora, la luz, cerré la puerta –nos vemos don pifas-, cerré la puerta, era una noche bastante fresca para ser mayo, abrí otra puerta… hacía todo tan monótonamente, lo mismo cada día, era ya parte de una rutina interminable a la cual había temido tanto y que finalmente termine por adoptar, caminaba como un zombi, abriendo y cerrando puertas, repitiendo la misma frase todas las noches que ni siquiera note que mi auto estaba abierto.
Lo encendí y fue hasta que iba a poner la radio cuando me di cuenta que no estaba, me puse a maldecir con todo el repertorio aprendido en mis años mozos de preparatoria, respiré profundo y encendí las luces para ver que más faltaba… y empecé a contar lo desaparecido… mis discos de Marisela y Dulce, ¿quién demonios se roba unos discos ochenteros?, un par de tenis viejos, un perfume, mi bufanda… ¿mi cepillo?... ¿era ladrón o ladrona? porque no olvidó el spray para el cabello.
Ni hablar, volví a respirar profundo y empecé a conducir, nuevamente en esa actitud zombi a la que ya estaba más que acostumbrada, vuelta a la derecha, espera el semáforo, verde, vuelta a la izquierda, un tope, otro semáforo y así hasta llegar a mí casa.
Tomé un largo baño… encendí la televisión y después de recorrer varias veces toda la programación estaba por apagarla cuando me encontré con él… otra vez Lugosi y su penetrante mirada me hicieron sentir escalofríos, lo miré por unos segundos y la apagué. Corrí a mi cuarto y busqué en el clóset, ahí estaba cubierta de polvo y debajo de unos pantalones desteñidos y un saco que parecía la chaqueta del mismísimo Chewbaca, mi cajita.
La vacié sin pensar y cayó sobre mis piernas, el labial rojo, carmín número 14, me levanté y me pare frente al aún empañado espejo del baño, me pinté los labios como hacía mucho tiempo no lo hacía, suavemente, sin salirme de la línea natural de mi boca, sin pintar los dientes. Limpié el espejo con la mano derecha para verme mejor… y ahí estaba, tras de mí, mirándome fijamente, su mirada era idéntica a la de Lugosi, pero sus rasgos diferentes, cabello oscuro, bien recortado, cejas grandes, pronunciadas, ojos oscuros y penetrantes como Bela, sus labios… eran perfectos, encerrando una frase que luchaba por salir y entre ellos pude ver algo… apenas visibles, como pequeñísimas puntas de lanzas, tan blancos como un copo de nieve.
Me quede inmóvil y finalmente esa frase ahogada salió –te queda bien el rojo-, al oír su voz supe que no sólo era una imagen, me di la vuelta y me encontré frente a frente con él, con su pecho, era altísimo, aspiré su aroma y casi desvanezco, subí poco a poco la mirada, intentando conservar ese olor, y ahí estaban de nuevo, esos ojos, sonrió y los vi de nuevo, blancos, aunque esta vez ya no me parecían tan pequeños.
Cerré los ojos impulsivamente deteniendo al mismo tiempo la respiración hasta que sentí un profundo dolor en el cuello, como mil agujas al rojo vivo, y su aroma cada vez más cerca, me abrazó tan fuerte como si quisiera que formara parte de su propio cuerpo, lo apreté con los dos brazos y con mis manos recorrí su espalda mientras el dolor seguía invadiendo mi cuerpo, el ardor y un adormecimiento nunca antes experimentado.
Se separó y abrí los ojos, se acercó y me dio un largo beso… sentir su lengua húmeda recorrer la mía me hizo estremecer aún más y ahí estaban, ahora los sentía, los recorría con la lengua, pequeños, filosos… una sensación de pinchazo en mi boca me hizo separarme… él tenía los labios rojos… no sabía si era mi sangre o el carmín número 14.
Cerré los ojos una vez más intentando preservar el momento -según yo- y también para buscar esa frase, ese conjunto de palabras que quedarían grabadas para siempre en la eternidad como de película ganadora del oscar, las tenía, eran perfectas, únicas, abrí los ojos y… se había ido, me quedé inmóvil, un frío invadió mi cuerpo. Me senté ahí, en el piso del baño, pensando, sintiendo el bum bum bum de mi corazón, escuchando el golpe en el mosaico de una gotera bajo mi lavabo, lloré, no sé porque, y así me quedé dormida.
Horas más tarde desperté y aquí estoy, escribiendo esta historia que no sé si fue cierta o sólo fue el más bello sueño que jamás haya tenido en la vida… pensando en él, en carmín número 14, en sus ojos, en el dolor, en ese beso, preguntándome si volverá, preguntándome sí… un momento… ¿esto qué es?, es ¿sangre?...
Moonky. Septiembre 2008.